En el día de las Guadalupes Lupitas en México:

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Porque todos tenemos una Guadalupe, Lupe, Lupita… si no en la familia, por lo menos en la cabeza.



Guadalupe Romo Moreno: Mujeres como ella no hay


No acabé de platicarte sobre la visita a León de mi mamá y mi abuelita Lupe; de hecho se me pasó decirte que, cuando salimos de acá con rumbo a “Guanajuato capital”, mi abuela iba bien atenta mirando el paisaje desde el asiento de atrás. De pronto se quedó como hipnotizada con un minúsculo puntito negro que estaba en la cima de un cerro lejano, a la izquierda  de la carretera. 

–¿Es el Cerro del Cubilete

Héctor le contestó que sí. Mi abuela no dejaba de mirar ese puntito negro que yo ni sabía qué era. …y entonces, zas: sin mayor aviso, el guapísimo conductor tomó una curva de desviación. 

–¿Qué pasa? ¿A poco ya no vamos a ir a “Guanatos”? Juárez solamente se sonrió como diciendo: espera y verás, tú tranquila y yo nervioso. Conforme el carro avanzaba, el minúsculo puntito negro en la cima del cerro se fue haciendo más y más grande hasta adquirir forma: era la estatua de un hombre con los brazos abiertos. 

Hasta que no llegamos a las faldas de la montaña supe dónde estábamos: ¡el famosísimo Cristo Rey!, también conocido como Cristo de la Montaña, ícono del municipio de Silao, a treinta minutos de nuestro destino inicial. Como  quien dice, mi novio nomás “no-vio” que a Guanajuato era todo derecho, jajaja, ¡no es cierto! Dime si así o más buena onda, mi hombre consintiendo a su futura abuelita: nomás porque doña Lupe preguntó si ése allá lejos era el Cerro del Cubilete… a ver si también es así de lindo con tu servidora cuando yo quiera conocer algún lado, ¿no? 

Ni cómo describirte la vista panorámica cuando al fin llegas hasta hasta arriba, donde hay una iglesia o más bien una preciosa capilla circular. Investigué un poco en internet: antes había otra estatua más pequeña que databa de 1920; pero, seis años después, durante la Guerra Cristera, fue destruida por órdenes de Plutarco Elías Calles. La actual fue construida en 1940. 

Ni te cuento: mi abuela más que feliz, parecía niña chiquita en Reino Aventura. Ya que estábamos las tres en un “lugar sagrado” (por decir así), aprovechamos para agradecer, una vez más y cuantas veces sea necesario, porque tenemos la dicha de seguir juntas, ellas en el Distrito Federal y yo en mi nueva ciudad, pero todas vivitas y coleando. 

No sé si te enteraste del show de hace unos años: Doña Paciente (léase: mi abuela) había ido por enésima ocasión no recuerdo si a su clínica del IMSS o si aún estaba en el ISSSTE; el caso es que le habían hecho un montononal de estudios porque tenía molestias que iban más allá de los achaques “normales” de la edad. Fue sola a que le entregaran los resultados, supongo que mi tío Pedro no pudo acompañarla en esa ocasión. Dice mi mamá que ella estaba en su chamba cuando sonó el celular: no era mi abuela sino la %/&”#(% doctora para decirle de buenas a primeras y así como si la gran cosa que… mi abuela tenía cáncer en el esófago… y mi jefa así de ¿qué?, ¿perdón??? Inchi doctorcilla: ¿cómo se le ocurre dar tamaña noticia a una señora de casi ochenta años que fue sola a consulta? ¡Qué Hipócrates ni qué nada! 

Creo que está de más decirte cómo nos cayó semejante rollazo: mi abuela dijo que ya, que no quería que estuviéramos tristes por ella, que aceptaba su destino aunque obviamente haría todo tratamiento que le enviaran (nosotras ya pensando en radios y quimios y cirugías y demás). ¿Pero cómo no íbamos a sentirnos de lo peor sabiendo que la mujer que nos dio la vida y nos cuidó desde bebés ya no iba a estar con nosotros, todo por culpa de la enfermedad que comienza con C? 

Luego de semejante impresión se me borró el casete: quién sabe si pedimos segunda opinión, o si fue cuando mi mamá se cambió de chamba y las pasaron al IMSS, ni idea: total que un segundo médico nos dio la increíble noticia de que, según nuevos estudios, mi abuela no no nooo tenía ni tuvo cáncer sino Esófago de Barrett, un tipo “precáncer” que da por no tratarte el reflujo y por el ácido estomacal cuando vomitas (por si eres borracha o bulímica, o por si eres borracha y también bulímica, jaja), que nooo teníamos que resignarnos a ni eme porque en esa fase aún es curable; es más: que, si mi abuela estaba de acuerdo, la usarían como “abuelilla de Indias” para probar un tratamiento experimental que consiste en ligar el esófago ve tú a saber cómo… 

…y, como te darás cuenta, doña Lupe sigue aquí conmigo. ¡El procedimiento fue todo un éxito!!! Según los estudios que le realizaron meses después, el tejido precanceroso se le había caído. Pero eso no es todo: a sus casi ochenta años de edad, mi abuela desarrolló tejido nuevo y completamente sano, ¡qué tal! Los médicos estaban que no se la acababan, en serio, y ya no supe si sí usaron su caso como ejemplo de los avances de la Medicina… pero, si me preguntas, para mí sólo existe una palabra: milagro. Sí, de la ciencia si quieres, pero mi-la-gro a fin de cuentas. Así que tenemos abuela Lupe para rato, “Dios mediante” o “primero Dios”, como se dice; de hecho
ya le advertí que en cuanto encargue a su bisnieto (después de que Don Soltero al fin se anime a casarse, que consteee) tendrá que venir a quedarse conmigo por lo menos tres años en lo que Hectorito o Jessiquita entran al kínder jaja, porque de niños sólo sé cómo se hacen pero ni idea de cómo cuidarlos, eso de tener bebés nunca estuvo entre mis planes pero ya toca. 

Y pues así pasa cuando sucede: ya sabía yo que doña Guadalupe Romo Moreno es un roble, pero con esta gran prueba me quedó en claro que, en definitiva, ni cómo negar que ella y mi mamá son las dos mujeres más fuertes y valerosas que he conocido en mi vida. Ya quiero que sea Navidad, ya quiero ir al DF o que ellas vengan para abrazarlas y besarlas y decirles cuánto las amo hasta que se harten y/o me reclamen por no habérselos dicho antes. Y aquí corto porque se me puso el “ojo Remi” y quiero chillar nada más de pensar en mi infancia con mi abuelita Lupe, ya te contaré…

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