– niños = + amor

¿Cómo están?,

yo acá en nuestra escuela con el Director Héctor (el más guapo del Bajío) y mis dos alumnos… Les cuento:

Comencé clases con cuatro niños (Astrid de 3ro, Miguel de 4to, Jorge y Constanza de 2do) y casi me vuelvo loca: Jorge llegó chillando que porque no quería tomar clases, nadie quería estar con Constanza que porque se saca los mocos y se los come, lalala. Ese mismo día pasaron por Constanza a medio día y ya no regresó, por mí mejor porque, según me dijo otra maestra, desde kínder le hacen bullying por sucia.

Creo que sólo el martes trabajé con los niños restantes, ya más tranquilo: Miguel que es el alumno perfecto y bien portado, Astrid latosona pero dice cada cosa que te ríes aunque no quieras, y Jorge que seguía llorando por todo y sin querer trabajar ni por error, \’che niño flojo, de ésos que escriben una letra y te preguntan si van bien, o les pones un libro de cuentos y que por qué tienen que leer taaaanto, lalala.

No recuerdo si fue el miércoles o el jueves que entraron dos hermanos: Sara de 3ro y Ángel de 2do. Sara es una niña super bien portada, educada y linda (algo así como \”la hija ideal\”), aunque me escribía cazi todaz laz palabraz con zeta y no se sabía las tablas de multiplicar (en cambio, Astrid ya está viendo divisiones de una cifra en el divisor). Ángel sí era una pesadilla andante, y lo digo de manera literal pues se la pasaba viendo películas de terror sin supervisión adulta y cada cinco minutos te hablaba de que si se le metió el diablo a su hermana y que si vio a una niña en una casa embrujada, bla bla; en cuanto a la escuela escribía los números al revés, por ejemplo el cincuenta me ponía \”05\” y así.

Trabajé con los cinco niños durante cinco días: Sara y Miguel sin problema alguno, Astrid llamando la atención con tonterías como que de pronto se le olvidaron las restas y etc; y las pesadillas eran Jorge y Ángel porque no sólo había que estarlos sentando para que trabajaran sino que se peleaban y luego echaban relajo y en pocas palabras no querían trabajar, algo tan simple como copiar un párrafo de un libro era casi casi como si les pidieras todos sus juguetes o yo qué sé.

El último día que estuvieron todos fue el martes: en la mañana les enseñé a hacer un cubo y ufff, no lo hubiera hecho: Jorge que no sabía trazar cubos (hellooo), y Ángel amenazó a Miguel con las tijeras acercándoselas a la cara, así que a los chiquitos les suspendí la actividad y les puse series númericas (escribir del 3 al 300, de 3 en 3).

Total que el miércoles sólo llegaron Astrid y Miguel, y por la tarde vinieron los papás de Jorge inventando que según se iban a mudar de estado, y la mamá de Ángel y Sara también vino que según Ángel no se había adaptado, lalalaaa. Yo lo sentí por Sara, pero NADA MÁS: me ahorré de estar batallando con un niño chillón que hace travesuras y te miente en tu propia cara aunque lo estés viendo, y también me ahorré de estar batallando con un pequeño delincuente que piensa que las películas de terror son reales.

El caso es que ahora estoy más que feliz con Astrid y Miguel: mientras le explico algo a uno, el otro sigue trabajando. No tengo que quedarme sin recreo porque los dos moloncitos no trabajaron en clase, no tengo que andar corriendo de un lado al otro para que se estén quietos, etc. Seguro habrá quien prefiera escuelas grandes para \”socializar\” pero ni al caso: yo siempre estuve en grupos de más de 50 alumnas y así como que muchas amigas no tuve, al contrario, fui la clásica víctima de bullying porque no me gustaba hablar con nadie.

Y pues ya me voy porque, además de dar clases en la mañana, tengo que tomar clases de la ingeniería en la tarde…

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